Por: Pedro Ricce
El informe de Amnistía Internacional es fulminante, ni comentarios caben. “El Estado peruano desprecia a la población indígena y campesina”.
En el Perú si eres indígena: a) eres maravilloso, mientras permaneces como objeto exótico, alimento del turismo y la economía limpia; b) si pretendes ser ciudadano – sin dejar de ser indígena – estás condenado a una discriminación y exclusión sistemática, en la actual “dictablanda” incluso estigmatizado y condenado a muerte, y c) Hay una tercera vía que ha preservado el concepto de “mestizo”, congelado desde el siglo XVI: “mestizo es la persona proveniente de padres, uno de raza blanca y otro india o negra”. Una concepción que destruye la identidad cultural, socaba la autoestima social, multiplica a los alienados que desprecian hasta sus propios rostros, y fortalecen el racismo que considera lo blanco como bello, inteligente, superior y hasta ciudadanos de primera clase.
Las clases vulnerables 39,6% y media 33.8%, que tiran más para pobres – se creen “mestizas casi blancas”, y se autojustifican con el poder económico, los grados académicos, las redes de compadrismos y/o nepotismos, imitan a los rezagos de aristocracia, oligarquía lumpen o clase rica 0.7%, plagados de corrupción y neofascismo. Identifican pobreza con indígena y desprecian a ambos, siendo fácilmente usados por esos 0.7%, para colocar en cada poder del estado a los personajes que preserven sus intereses (cuanto más corruptos mejores para ser manipulados), quienes a su vez los desprecian y amenazan con devolverlos a la pobreza si se altera el statu quo.
Pero ¿Cómo hemos llegado a esta situación? Hay algunos hechos históricos dramáticos que la han determinado.
En el virreinato, a los indígenas, cuyos apellidos eran difíciles de pronunciar para el hispano hablante, se les obligó traducirlos: de Tikka a Flores, de Mayu a Ríos, de Willka a Santos, etc., o a refonologizarlos: de Kamachu a Camacho, Kkollantis a Collantes, Kkalle a Calle, Muntuya a Montoya, etc., una lista interminable de apellidos absorbidos por el castellano, cuyos nietos de las víctimas creen tener orígenes españoles, en consecuencia, mestizos. (Revista Tradición No 21, 1958)
Actualmente el Perú es considerado como uno de los países con mayor diversidad étnica y lingüística: 55 etnias indígenas. (Censo 2017). Sin embargo, sólo el 25,7% se autopercibe indígena: quechua 22,3%, aimara con 2,4%, amazónico 1,0%, afrodescendiente 3,6% y blanco 5,9%. Mientras el 60,2% se autopercibe “mestizo casi blanco”. (INEI 2017). El estudio del AND de los limeños y gran parte del Perú desmiente la autopercepción. La población de Lima tiene 15% de origen Mediterráneo, 10% del norte de Europa y 3% asiático, es decir 78% indígena, mientras que en gran parte del territorio peruano más del 95% de la población tiene sangre indígena, y en los Andes comunidades enteras son 100% indígenas. (National Geographic 2013).
Por otro lado, la vida republicana nació discriminando y excluyendo, mientras que en Argentina se redactó el acta de independencia en castellano, quechua y aimara en 1816, en el Perú en 1821 sólo se redactó en castellano, permanecía prohibida la comunicación formal y la enseñanza académica en quechua, desde la rebelión de Tupac Amaru II; tuvimos que esperar hasta 1975, para que el quechua y el aimara sean lenguas oficiales. Las lenguas indígenas no participaron en la construcción del conocimiento, quedando sus hablantes excluidos del acceso al desarrollo de la ciencia, la tecnología, incluso del voto.
La historia de los indígenas en Perú está marcada por la discriminación: lingüística, cultural, racial y política; situación que ha llevado a la negación del sí mismo, hasta el extremo que para una parte de los susodichos mestizos y el minúsculo grupo que se autopercibe como blancos, los indígenas solo tienen derecho a votar, mas no a participar de la construcción política del estado, mucho menos participar en la vida política o acceder a los derechos fundamentales inherentes a cada ser humano.
El despertar de los pueblos indígenas, a quienes no logró mestizar ni emblanquecer el virreinato, la república aristocrática, la oligarquía lumpen y la dictadura de los oligopolios, no puede ser silenciado con balas, ha llegado el tiempo en que todos sin ningún tipo de discriminación, accedamos a todos los derechos que estipula el contrato social, participemos en la vida la política y usufructuemos del crecimiento económico, tan pregonado.
Despreciar a los indígenas es despreciar nuestras raíces, nuestra identidad, nuestra historia, a los dueños de estas tierras. Que se acabe la “dictablanda”, tomemos conciencia de nuestras raíces y amémosla, retornemos a la democracia y afiancémosla.