Por:
Paul Anglas
De tanto como he ido envejeciendo mientras he esperado, de tanto en cuanto me he ido alejando de la infancia, de tanto por cuanto he perdido lo que nunca logré tener y de tanto por lo que durará la adultez y soledad he llegado a odiar la vida, a odiarla a cada instante y a cada domingo con más rabia desde cuando supe que jamás la encontraría, desde que supe que jamás la volvería a ver: a ella, a la mujer de la piel besada por el fuego, a la mujer más hermosa en mi mundo, a la sinnombre a la que nunca conocí, pero que siempre vi.
No recuerdo ningún domingo que no tenga que ver con la feria: con nuestra Feria Dominical de Huancayo, nuestra feria bandera y mi referencia personal-semanal para saber qué día es y en qué fecha andamos. La tengo en mi memoria desde que los carros Petra bajaban hasta Auquimarca; desde cuando el pasaje escolar costaba incluso 10 céntimos; desde cuando no sabía que se podían besar a las chicas; y sí, esta historia también trata sobre ellas, pero en este caso únicamente de una: la mujer de la piel besada por el fuego.
Ahí por el 1998, desde cuando puedo recordar, pasaba todos mis domingos en la feria dominical con mi hermano menor y mi mamá que cortaba cabello en pleno corazón de la feria de esos últimos años noventeros en la esquina de Angaraes y Panamá en la pared de la casa de adobe del borrachín con más fama del que yo haya conocido: el tal Panfilio. Usaba un trío de máquinas manuales para cortar el cabello más sucio del que no se podía rankear entre sus clientes; con un par de batas de color azul (color el cual lo escoge hasta ahora); con un espejo de luca que podía ser medido por una regla escolar y con un par de sillas de madera que eran desarmables, pero exclusivamente para clientes: así era como mi viejita se ganaba las 40, en promedio, lucas con los que nos criaba a mi hermano y a mí.
Eran emocionantes mis últimos noventas y el primer par de pares de años de los dos mil, pero todo cambió con ella.
Cada domingo consistía en despertar a las 6 de la mañana y cargar las cosas en el triciclo, sacarlo del callejón que teníamos en la casa, la cual con los años demolimos, empujarlo por la calle cerca del río Chilca rodeada de árboles y con paredes de adobe al lado quebradas, remojadas y abandonadas en las que se podían encontrar a las últimas lagartijas de las que las vecinas compraban para licuarlas vivas con unas hierbas debido a una antigua medicina para sanar heridas; entretenernos con los perros muertos a los que lanzábamos piedras, mi hermano y yo, a sus panzas hinchadas soleadas a un lado del río para luego pasar por el lado que nadie conoce, pero que tampoco a nadie le gustaría conocer: la parte trasera del Coliseo Wanka. Si teníamos suerte se podía encontrar algún feto arrojado en una bolsa negra o uno que otro vecino borrachín, asaltado y desnudo, para así finalmente llegar al puesto de mi mamá, descargar las cosas, armar su peluquería de feria, saludar a los vecinos de los puestos de al lado y verlos armar los suyos.
Esta parte de mí la odio a la perfección y es recordarlo todo de esa manera, más aún a ella: estaba el vecino Fernando Palante, de las herramientas oxidadas, llegando también en triciclo a lo macho vaciando más óxido de los costales que fierros con ese overol jean que nunca se quitaba, con la barba siempre del mismo tamaño como si su organismo lo decidiera así para ayudarlo a ahorrar, del peinado a raya con el cabello en blanco y negro, de voz firme y gruesa como la que empiezo a tener; Dominga Huamán armaba la carpa más limpia, y tenía que hacerlo así, era la juguera y frutera de la zona, no tenía competencia ni tampoco una tez limpia, las 3 hijas que tenía le habían dejado la cara con más manchas que el overol bañado en thinner y pintura del Palante; “¡¡¡haaaabla peluca!!!” era el saludo con voz gruesa de la mujer menos mujer de todas las manzanas en la feria “La machona”, le decía mi mamá, pero era La Chío para todos, vendía máquinas y accesorios deportivos y el hijo de su fémina pareja se cortaba semanal el cabello en el puesto esquinero de mi mamá, razón por la que sus groserías y vulgares jergas las encontraba en mis menús domingueros; por último, llegaba “El Huevito” sentadote en su triciclo con sus 2 hijos al lado empujándolo, el cañero que durante todo el día comía solo un Caldo de Cordero y sus sobras las repartía entre sus 2 hijos. Y los días de feria consistían en eso: ayudarle a cuadrar el triciclo al Palante, tomar un par de surtidos con mi hermano en la señora manchosa, almorzar en cualquier puesto que luciera limpio, ir a cobrar a la Chío por el corte de su entenado y mascar caña el resto de la tarde, hasta que ella apareció.
Aparte de que los pirañones de mi zona subieran a robar de vez en cuando algunos domingos, y de disfrutar viendo como una multitud le sacaban la mierda; o que de vez en cuando vengan esos cómicos ambulantes que tenían más público que piraña ajusticiado, nunca esperé mucho de la feria hasta el día en que la vi. Perfectamente aún la veo llegando por primera vez un 22 de febrero del 1998 al lado de su mamá quien tenía el cabello maltratado por varios teñidos del que no se podía inferir el color natural, que por haber estado en muchas ferias y pasar muchas horas vendiendo carteras y maletas bajo el ardiente sol huancaíno tenía el rostro tostado, pero sus brazos aún conservaban el color natural de la piel, una piel albina extraña, de talla que logran los niños cuando cumplen 12, de ropas de colores fríos con la intención de mantenerse abrigadas con éstas. Apareció llevando 4 costales en un carrito oxidado y soldado por todo lado jalado por una de sus manos en la que se notaba el anillo de su supuesto único matrimonio y a su lado iba ella.
Un poco más alta que su mamá, ahorcada por unos cables que comenzaban en su estómago o terminaban en su cabeza, pero que tenían como punto en común y de origen el interior de su canguro, un aparato del cuál tiempo después supe que se llamaba Walkman, de cabello evidentemente corto ya que ningún cabello escapaba de esa gorra de color frío que llevaba puesta con la misma intención que su madre, eran notables que los cortes y los parches del ancho jean beige que vestía fueron hechos así a toda intención, vestía el único modelo de zapatos negros de cuero Bata que nunca volví a ver a nadie puesto iniciado el 2000, la polera de color verde y para varones encajaba bien en su figura de la que nunca tuve jamás la suficiente imaginación de saber qué había dentro; la de los pómulos bronceados que se pronunciaban más cuando sonreía únicamente con su madre y qué decir de su mirada y piel. Esos ojos redondos, intensos, negros a la distancia y quién sabe de qué color si en caso estuvieras cerca y esa piel albina besada por el fuego durante toda una vida de quizá recién 13 o 14 años, la mujer más hermosa en mi mundo, la sinnombre a la que nunca conocí, pero que siempre vi.
La había contemplado desde ese febrero del 98, desde el primer domingo, 4 o 5 veces por mes, 10 en promedio por un par de los mismos, por casi 54 veces al año, por 1 o 2 años de los que terminaron siendo más de 6 y nunca pude decirle algo. Me la quedaba viendo cada nuevo domingo como el anterior, como la primera vez, sin saber qué decir o hacer en caso que ella también me mirara, afortunadamente nunca lo hizo, y yo seguía ahí. Mi vista al compás de sus pasos, mi latido a la intensidad de su suave voz, mi adolescencia brotando al ritmo de cada domingo en la que solamente la podía ver por el lapso que duraba la Feria Dominical de Huancayo.
…
El señor Palante había fallecido tiempo después de ser echado de su propia casa por sus hijos; a la señora manchosa le había sacado la vuelta su esposo cuando se enteró que iba a tener una cuarta hija: ¡Al diablo la suerte y al ángel la muerte!, se me acaba de ocurrir justo ahora; a la machona le fue tan bien que dejó su puesto de la feria y se acomodó en la calle Breña; el Huevito terminó con la gota y muy bien cuidado en sus últimos años por sus 2 hijos, incoherencias de la vida: ya era el 2006.
Finalmente me decidí, empecé a escribirle una carta en la que me presentaba y le confesaba mi nombre, detallaba la procedencia de mis apellidos y le proponía que me contara lo mismo en caso ella también lo deseara. El plan era algo complejo: yo pasaría por el puesto de su mamá, en el momento en el que se iba a comprar el desayuno, y arrojaría la carta al instante en el que ella me mirara pensando que yo fuera un cliente, la leería y si estuviera interesado en mí, al menos la mitad de lo que yo lo estaba por ella, me escribiría una carta y me la entregaría de la misma manera.
…
No hubo ningún domingo en el que se apareciera. Me tomó casi 8 años tomar la decisión de hablarle y 1 mes para escribirle la carta desde el primer día en que la vi. El domingo 19 de marzo del 2006 fui a nuestra huancaína feria bandera de siempre decidido a llevar a cabo el plan, pero desapareció. La feria que comprendía las calles de Huancavelica, Tacna, Panamá, San Martín y Yanama murió ese año por decisión de la nueva Asociación de Vendedores de Productos Repotenciados, quienes aceptaron ser trasladados a calles comprendidas entre la avenida Ferrocarril Y Huancavelica hasta la zona de Puzo aledaña a Auquimarca. El traslado, marcado de puestos y firmas de nuevos dueños de los mismos tomó más de un mes. La desaparición de la sinnombre duró 4 semanas recordándola a la perfección, que después se convirtieron en 2 meses, en 12, que se convirtieron en 1 año y como días y en consecuencia en más de 13 años de los que domingos ya no he podido contar. La carta dentro del sobre marca Gallo con bordes rojo y blanco ha perdido su color, la hoja bond conserva a la perfección la tinta azul de mi lapicero Faber Castell de cuando infante era y la vida y adultez se han acercado más a mí y me han alejado demasiado de mi niñez y del amor.