Anel Dayesari Aguilar Izaguirre(*)
“Triste tu vida que vas de fiesta en fiesta”, es lo que le suelen decir en su familia, como broma recurrente, a Javier Aguilar, un músico que nació en el distrito de Paccha, en la provincia de Junín, y que decidió seguir los pasos musicales de su papá Agustín y ahora viaja por toda la región Junín con su agrupación “Los chicos de la Nueva Tropical Mix”. Va de fiesta en fiesta.
La variada música de la región central del país sirve de tema de fondo para contar la historia de Javier Aguilar y su agrupación musical “Los chicos de la Nueva Tropical Mix”.
Cuando Javier quiso ser cantante, se dio cuenta de que su voz no era excepcional. Por eso, su hermano le enseñó a tocar la guitarra, al compás de las agrupaciones de chicha de esa época, como Grupo Alegría, Los Shapis, y otros. Su primera gran presentación en público se dio en diciembre del 87, cuando el diario “La Tercera” realizó un concurso en el coliseo Wanka de Huancayo. Ya en los 90s, conocería a cantantes de renombre como Josué Jurado, director de Genesis, y Alcides Casas, creador del estilo chicha con el grupo Markahuasi.
Con “Los shimas”, junto a su hermano, empezó a frecuentar matrimonios, cumpleaños o los conocidos “staff” de la empresa Centromin Perú, en La Oroya, Centro de Pasco y otros campamentos mineros. Este recorrido le permitió recoger los gustos musicales de las personas, aprenderse las canciones de moda y replicarlas en sus eventos sociales. En aquel momento, La V Rebelión estaba en apogeo en el centro del Perú con su canción “El amor es solo una palabra”.
La música chicha es un género musical peruano que surgió en la década de 1970, fusionando elementos andinos y amazónicos con influencias de cumbia, rock y música tropical. Se originó en las zonas urbanas marginalizadas de Lima, reflejando las experiencias de migrantes rurales y urbanos, incorporando instrumentos como la guitarra eléctrica y la caja peruana. Su popularidad creció rápidamente, convirtiéndose en un fenómeno cultural en Perú que obtuvo reconocimiento por su capacidad para expresar las complejidades sociales y culturales del país. En ese ambiente, allá por el año 98, Javier inició su música en el distrito de Paccha y en el 2004, dejó la agrupación “Los Hayas de La Oroya” para buscar nuevas oportunidades económicas para su familia. Ya en el 2016, creó su agrupación de 5 integrantes para interpretar diferentes géneros musicales que van del huayno y la chicha, al techno, rock y a veces criollo o cumbias.
Hoy, Javier llega de un viaje largo para reunirse con su familia en Huancayo. Trae jean, polo y maletas negras, los ojos achinados y el cansancio de las horas no dormidas. Pero sonríe cuando ve a su familia, que lo recibe con emoción porque estarán juntos cerca de Navidad. No estará en Año Nuevo porque en diciembre, como todos los años, tendrá que cumplir más contratos. Antes, era distinto. A su lado, su esposa, Susy Izaguirre, 40, cabello corto, maquillaje suave, contextura delgada, asegura que, por el bien de la familia, antes aceptaban contratos hasta la misma hora en que nacía el Niño Jesús.
Pero ahora Javier está echado sobre el sillón de su casa, mientras Susy y sus hijas se preparan para salir. Ella ya sabe que tiene que estar lista para las compras navideñas. Lo conoce desde hace 18 años, cuando su esposo empezaba en el mundo de la música. Susy, siempre organizada en su vida, alista su cartera cuidadosamente como paraguas, bolsas y otros. Esta actitud le ha ayudado a afrontar días difíciles cuando trabajaba junto a su esposo.
– ¿Cómo logra equilibrar su esposo el trabajo con la vida personal?
– Es difícil equilibrar, hay contratos que resultan bien y otras no, eso le cambia el humor.
Años atrás, ella trabajó como mano derecha de su esposo, porque Javier no encontraba personal de confianza y tenía que llevar equipos de sonido, movilidad y estar pendiente de los integrantes.
– ¿Cómo fue trabajar en la agrupación de su esposo?
– Para mí fue difícil, porque tuve que aprender de un día para otro a manejar todo, los cableados, el equipo, saber cuáles eran bajos y otros. Las personas me miraban diferente.
– ¿De qué manera?
-Creo que de asombro, porque hacía de todo, aunque claro, había comentarios maliciosos, diciendo que yo solo iba a vigilar a mi esposo.
A pesar de todo, Susy se siente contenta, porque inspiró a más esposas a trabajar junto a sus esposos, como su amigo que trabajaba de payaso que empezó a trabajar con su esposa de DJ, u otro amigo que trabajaba con equipo de sonido y llevaba a su esposa a hacer show de hora loca.
– Es una cosa de locos este trabajo, uno debe estar preparado para enfrentar problemas bajo presión y ser capaz de darle soluciones al momento-, dice mientras lleva una casaca a su esposo que la espera en el sillón.
Javier y su familia suben a una combi y se sienta en la segunda fila. Odia los baches. Siempre es atento con su familia. Solo cuando sus hijas y su esposa entran a una tienda, desvía su mirada hacia su celular. Mientras las espera, contesta mensajes de contratos, habla con los integrantes de su agrupación musical. Cuando su familia sale de la tienda, guarda su celular. Igual en un restaurante. Javier se informa de lo que estuvieron haciendo sus hijas, los logros, problemas, y otros, y al pagar, le agradecen bromeando: “Que Dios siga multiplicando tu plata para que me sigas invitando”.
Camino a casa, Javier charla con el conductor sobre música, recordando cómo era Huancayo y la música. Javier, que nunca pisó una escuela de música, todo lo aprendió trabajando y “por amor al arte”, por eso, cada cierto tiempo, en su página oficial, publica anuncios buscando a jóvenes interesados en la música para formarlos e integrarlos a su grupo. Sabe que dedicarse a la música es difícil, porque trae beneficios, pero también perjudica, como cuando los clientes incumple los contratos y tiene que pagar a sus integrantes de su propio bolsillo. “Un buen trabajo siempre debe ser bien pagado”, concluye.
No es sencillo ser músico en el Perú. Hay horas de sueño perdidas y suelen descansar poco. Eso se refleja en Javier, que ahora se estira un poco y empieza a recordar anécdotas, como la vez que un auto aplastó su laptop, o cuando en una curva se cayó el equipo de sonido. Si hay una pérdida familiar, es más difícil. Javier recuerda que en dos ocasiones trabajaron con el corazón roto, mientras hacían bailar a la gente. La primera vez fue cuando falleció el hermano de Javier y tenía que viajar para traer el cuerpo de Lima a Paccha; así que cumplió con el evento programado y, de inmediato, viajó a cumplir ese último deseo. La segunda, cuando falleció su suegro y tuvo que cumplir con los contratos en marcha en medio de esa tristeza. “Fue como trabajar muerto en vida, todos saltaban de alegría mientras nosotros teníamos el corazón en la garganta, estábamos bien por minutos y luego sonaba una canción que nos hacía recordar todo”, cuenta y concluye: “Este trabajo es de valientes porque cada decisión que tomas te puede llevar al éxito o al fracaso”.
(*) Producto del curso de Periodismo Interpretativo de Estudiantes del IV Semestre de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Nacional del Centro del Perú.