En la selva central de Perú, una comunidad se une para que la ley reconozca lo que el corazón ya sabe: que hay árboles que son familia, historia y futuro. La declaratoria patrimonial del credo centenario conocido como “La Abuela” es una causa por la memoria y la vida.
Hay que viajar a lo profundo del Santuario Nacional Pampa Hermosa (Chanchamayo) y caminar por sus senderos para sentirlo. Allí, donde el bosque montano tropical respira, uno debe detenerse y alzar la vista, y quizás el alma, para intentar abarcar la majestuosidad de “La Abuela”. No es solo un árbol; es un ser vivo que ha custodiado ese mismo pedazo de tierra por más de 600 años. Con sus 40.7 metros que rascan el cielo y un tronco de metro y medio de diámetro que parece la columna vertebral del bosque, este cedro (Cedrela angustifolia) es un testimonio del tiempo, un símbolo de la resiliencia de un mundo que insistimos en olvidar.

Para las comunidades locales, “La Abuela” no es un espécimen botánico, es un ancestro de la Selva Central. Es considerada un ser sagrado, una guardiana de la sabiduría ancestral que inspira un respeto profundo. A sus pies se han realizado ceremonias y rituales, encuentros espirituales donde los pueblos originarios refuerzan su identidad y su conexión sagrada con la naturaleza. Su presencia en el bosque no es pasiva; es un ancla cultural, un faro que recuerda un equilibrio posible entre la humanidad y el entorno, un equilibrio que su propia supervivencia representa.

Este gigante es también un libro abierto para la ciencia. En sus anillos y en su corteza se esconde la historia climática de la región, y su existencia es un referente para entender cómo funcionan los bosques primarios. Los científicos acuden a ella para estudiar la regeneración natural de su especie y la salud del ecosistema. Actualmente, a su alrededor se instalan parcelas de monitoreo donde se cuentan las nuevas plántulas como si se contaran nuevos nietos, con la esperanza de entender cómo asegurar el futuro de su linaje. “La Abuela” es una maestra que enseña en silencio.
Pero una sombra de amenaza se cierne sobre su especie. El cedro, por su madera noble y duradera, ha sido talado de forma extensiva, reduciendo drásticamente su presencia en nuestros bosques. La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza ha encendido las alarmas, catalogando a la Cedrela angustifolia como una especie Vulnerable, con una población en claro decrecimiento. “La Abuela” es, por tanto, una sobreviviente, un tesoro genético que ha logrado escapar de la motosierra y que hoy se encuentra protegida dentro de los límites de un Santuario Nacional.

LA NECESIDAD DE UNA DECLARATORIA
Su valor, sin embargo, no radica solo en lo que fue o en lo que representa, sino en lo que inspira hoy. “La Abuela” es el corazón de una ruta turística que genera ingresos y desarrollo sostenible para las comunidades locales, transformando su conservación en una fuente de bienestar. Es también una “aula al aire libre”, donde los niños de colegios de Chanchamayo y Tarma han caminado por el sendero “Pampa los Cedros” para aprender, junto a sus raíces, sobre la importancia de proteger la biodiversidad.

Por todo esto, el esfuerzo del Colectivo Árboles Patrimoniales, con el apoyo del Fondo Socioambiental del Perú, para que “La Abuela” sea declarada oficialmente un patrimonio natural, es más que un trámite burocrático; es un acto de justicia y reciprocidad. Es darle una voz legal a quien ha sido guardiana silenciosa durante siglos. Protegerla es una responsabilidad compartida, una decisión de reconocer que en su corteza rugosa y sus ramas altas no solo hay madera y hojas, sino memoria, espíritu y un símbolo de esperanza. Es, en definitiva, una oportunidad para escuchar su sabiduría y recordar nuestra propia conexión con la naturaleza.