Por:
Karla Valentina Reyes Balvín
Sentada en la silla de su oficina abigarrada de santos, instrumentos musicales y herramientas, espero al padre Fredy en el colegio Salesiano Técnico Don Bosco. Cuando llego, no me pide que me retire de su espacio, sino que toma una silla de plástico y empezamos la charla. Sonríe mientras me cuenta cómo inició su oficio de sacerdote, su formación y su vida dedicada a Dios y la Iglesia, de la mano de Don Bosco.
Entre sonrisas empieza a contar que cuando era niño sus padres siempre fueron devotos del Jesús Nazareno de Ayacucho. No olvida que acudían a la Plaza de Huamanga para tocar los pies del santito, se persignaban y lo cargaban para recibir sus bendiciones. Eran sus primeros acercamientos con la religiosidad en la ciudad de las 33 iglesias. Así fue toda su niñez, llena de alegría a pesar del contexto de violencia de aquellos tiempos.
Con la nostalgia reflejada en sus ojos, Fredy cuenta cómo en su último año de colegio, gracias a casi reprobar el curso de religión y que el cura les diera la oportunidad de mejorar su nota, tuvo su primer acercamiento con personas de los asentamientos humanos. Al ver a los niños en condiciones lamentables, sintió pena y también algo de asco.
Lo que le sorprendió es que poco tiempo después, notó ese brillo en los ojos de los pequeños al verlo llegar; eso lo conmovió. No entendía cómo en poco tiempo aquellas personitas pudieron tomarle cariño a una persona que iba por beneficio propio. Esos actos tan simples e inocentes le plantaron esa semillita de servicio a los demás y decide continuar yendo a ese oratorio, ya no por salvar el curso, sino por el amor hacia esos niños.
A la vez nació su amor por el rock, con esas letras profundas y llenas de verdad. Comienza a concurrir a conciertos subterráneos y rodearse de gente alcohólica, drogadicta y que se prostituía. Fredy afirma que nunca cayó como ellos y que esa pasión a la música lo hizo crear una banda con sus amigos: Emorrajia.
Sus canciones estaban llenas de referencias a sus bandas favoritas. Lamentablemente no tenían suficiente dinero para alquilar los instrumentos y Fredy, quien obliga a sus amigos a trabajar. Esa necesidad los conectó con la Comisión de la Verdad, que buscaba promotores para ciudades alejadas, donde se recopilarían los testimonios de las víctimas de la violencia política. Esto los concientizó sobre la importancia de escuchar a las víctimas y adentrarse en su realidad.
Así, Fredy empezó su vida sacerdotal. No fue por decisión propia, podría decirse que fueron unas monjas de María Auxiliadora y un padre salesiano quienes le implantaron la idea. Y aunque al principio pensaba inclinarse hacia los jesuitas, no fue hasta un retiro salesiano, lleno de jesuitas, que el único padre salesiano, lo convenció de tomar ese camino. Fredy quería cambiar la imagen que se tenía de un salesiano que sirve a otro salesiano, porque no quería servir a un grupo pequeño y selecto, quería servir a los jóvenes y necesitados.
A tan solo 22 años decide ordenarse como sacerdote. Mucho ayudó su pasado afín con los jóvenes, porque solía moverse en ese entorno y sabía cómo tratar con ellos, además que sus capacidades, como saber informática, le servían de mucho dentro del seminario. Claro, muchas veces fue castigado y regañado, incluso muchos de los sacerdotes le decían que no lograría el objetivo, pero logró viajar a Colombia para tomar un curso de teología y fue uno de los pocos que terminó esa exigente preparación como sacerdote salesiano.
Ahora, establecido en Huancayo, tras haber sido transferido por la Congregación desde la selva, el padre Fredy Valdivia espera seguir el trabajo con los jóvenes, con esa misma esperanza que vio en los niños que lo esperaban con cariño desde la primera vez que se interesó en salvar sus almas.
