Lucero Aracely Lazo Alanya(*)
En la provincia de Chupaca, en el pintoresco distrito de Huachac, la “sucursal del cielo” a 3300 metros sobre el nivel del mar, se celebra una festividad que es un homenaje a la identidad, la historia y la naturaleza: la danza de los auquish.
Los danzantes se despliegan en las calles al paso de los caporales que lideran con sabiduría y disciplina. Los auquish, como guerreros ancestrales, tejen su danza con giros y zapateos, celebrando la mitología cósmica andina. El pasacalle es como un cuadro vivo que se mueve por el pueblo, mientras la chaquas, la anciana raída, danza en armonía. Los versos en quechua son como cánticos que expresan burlas y quejas, tejiendo la conexión con la veneración del niño Dios, lo que diferencia a cada pandilla.
En la víspera de cada Año Nuevo se convierte en un rito con la quema de castillones, despidiendo al viejo año. El primero de enero se despierta con desfiles llenos de creatividad y patriotismo, seguido de un almuerzo delicioso que une a los danzantes. El concurso de pandillas es el 2 de enero, donde cada grupo da lo mejor de sí así sea bajo la lluvia, demostrando que ningún esfuerzo es demasiado. La fiesta se despide el 3 de enero con la competencia de fútbol en un campo deportivo, como la manifestación física de su energía.
Para Yover Carhuamaca Fernández, alcalde de Huachac, esta danza patrimonial es más que un baile, “es el latir de nuestra identidad, el ritmo que cuenta la historia de nuestro pueblo. Cada paso es un tributo a nuestras raíces, una celebración de la diversidad que nos define como comunidad. En cada giro, en cada movimiento, preservamos el legado que nos conecta con nuestro pasado y forja nuestro futuro”.
Los rituales previos se realizan en diciembre avanza. Desde el día 30, los bailarines se dirigen a sus “apus”, los cerros sagrados, para rendir homenaje a través del “pago”. Hojas de coca, cigarros, chicha y ofrendas resaltan la conexión profunda con la tierra. Es un recordatorio de la historia, un agradecimiento a los ancestros, una expresión de fe.
El encuentro en la plaza principal se da el 31 de diciembre. Las pandillas se juntan para saludar a las autoridades y dar inicio a la festividad. Cada pandilla tiene su esencia, sus colores y su estilo. Desde la más antigua que es “Torrio Pampa” hasta las nuevas generaciones. La danza no solo es un despliegue artístico; es un testimonio de la resistencia huanca frente a la ocupación chilena durante la Guerra con Chile. Andrés Avelino Cáceres, el “Brujo de los Andes”, es recordado con pasos marciales que evocan la lucha y la valentía de los montoneros.
Se cuenta que cuando llegaron a invadirlos, los jóvenes y viejos subieron a los cerros para poder atacar por sorpresa, llevaban una máscara para ocultar su identidad, y cogieron serpientes para ahuyentar al enemigo gritando “Jo jo jo”.
El 2 de enero marca el concurso. Las pandillas desfilan con sus trajes impecables, máscaras que ocultan identidades y danzan con pasión. Las variedades son notables: desde la elegancia de “Shucan Uclo” hasta la tradición más arraigada de “Pampa Huachac”. La música, los colores y los movimientos cuentan historias que se entrelazan con la época preincaica, la colonia y la república.
Además, no solo los hombres llevan el peso de la danza. En Huachac, un grupo de mujeres desafío los estereotipos y formaron la primera pandilla “Águilas Negras”. Empoderadas y apoyadas por los varones, demuestran que la danza es un lenguaje que todos pueden hablar. Así mismo ya se van integrando más pandillas el cual cuenta con mucho apoyo, como “Pampa Huachac” que fue fundada este año 2023.
Los trajes de los auquish no es solo una vestimenta: son narradores de historias. Desde el sombrero multicolor que honra a los soldados caídos hasta las máscaras esculpidas en cactus, cada detalle refleja un legado que se entrelaza con la naturaleza y la espiritualidad. La capota que cubre hasta las pantorrillas, es de color negro con botones dorados en la manga y capa. La bandera es adecuada a la capota, va en la espalda, representando el patriotismo. El sombrero está hecho con telas de colores del Tahuantinsuyo, el diseño antiguo es diferente, pero con el tiempo este fue evolucionando, aunque hay pandillas que siguen vistiendo con el primer sombrero ancestral. La shukupa es el mantel blanco que va envuelto en la cabeza y un poco del rostro para poder usar cómodamente la máscara. La máscara es una obra de arte tallada a mano; se cuenta que antiguamente cada danzante tenía que tallar su propia máscara para bailar, demostrando amor y dedicación a la danza. El botapié o más conocido como “watana”, cubre toda la pierna hasta la rodilla, tiene el mismo diseño que el sombrero. El shucuy es de cuero de toro y va sujeto al zapato para poder danzar con fuerza ante cualquier adversidad como la lluvia y el barro. La sonaja es fabricada con ramas fuertes de los árboles de eucalipto y sujetada con un alambre, y dentro lleva chapas aplastadas o de latas en forma circular. No menos importante es el bastón para sostenerse durante la danza, representando culebras, seres antropomorfos con cara de perro y cuerpo de serpiente y viceversa, talladas en raíces y ramas.
Silvia Samaniego, confeccionista de los trajes de los auquish, nos cuenta que, en cada diseño, busca capturar la esencia de nuestros ancestros, tejiendo no solo vestimentas, sino también memorias. Cada traje es una obra de amor y dedicación, un reflejo de la belleza que vive en nuestra cultura y se expresa a través del arte del movimiento.
Como agujas que danzan sobre la partitura del tiempo, sus manos esculpen trajes que son poesía en movimiento. Cada puntada es un susurro de las historias que nuestros ancestros bordaron en el tapiz de nuestra cultura, y cada tela es un lienzo donde la danza patrimonial cobra vida, como mariposas de colores desplegando las alas en un vuelo eterno de tradición y gracia.
Pero sigamos. El 3 de enero, las pandillas realizan el cambio de caporales. La responsabilidad pasa de unos bailarines a otros, asegurando la continuidad de esta rica tradición.
Así, entre la música de violines, quenas y tambores, y los pasos que resuenan en las calles empedradas, la danza de los auquish se erige como un emblema vivo, un patrimonio cultural que trasciende el tiempo, recordándonos quiénes somos y de dónde venimos, en esta festividad varias pandillas participan, cada una con su estilo distintivo y contribución a la tradición. Estas pandillas, junto con otras, danzan con pasión y compromiso, aportando su singularidad a la rica narrativa de la danza. Algunas de ellas son Torrio Pampa, Shucan Uclo, Pampa Huachac, Águilas Negras, Hanan Lao, Era pampa.
Luis Ronald Lazo Gutiérrez, integrante de la pandilla “Torrio Pampa”, ha tejido su propia historia a través de la danza de los auquish, como un pajarillo que descubre la música en el viento desde su nido, esta alma danzante ha sido la melodía entrelazada entre las hojas de su infancia, fusionando gracia y pasión desde sus primeros pasos.
Así, mientras los shapish de Chupaca despliegan su danza como un arco iris en el cielo, reflejando la alegría de la siembra y la cosecha por medio de su ritmo enérgico y coloridos trajes, los auquish es una danza guerrera patrimonial que refleja amor al Perú, como un poema coreografiado en el escenario, donde cada paso es una estrofa que celebra la riqueza de sus paisajes y la diversidad de su gente. Los movimientos son puentes que conectan las montañas con el mar, y los trajes son lienzos que pintan el espíritu vibrante de la cultura peruana.
(*) Producto del curso de Periodismo Interpretativo de Estudiantes del IV Semestre de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Nacional del Centro del Perú.