Eduardo Percy Rivera Chumbes (*)
El cine es uno de los medios más jóvenes en la industria de medios, pero ha logrado cautivar, envolver y mostrar de manera magistral lo que la historia no es capaz. No solo muestra todo de manera frontal, también une a pueblos, comunidades y demás grupos de personas que no tienen la voz tan alta como para ser escuchada sin esfuerzo, pero ¿qué une a tres cineastas en el Perú? ¿O qué es lo que los diferencia? A partir de las diferentes historias que se han contado con este bello arte y obedeciendo a esta gran pluralidad de ideas, tres cineastas contarán el lado bello y no tan bello del cine como arte, como terapia e incluso como estilo de vida. Es curioso cómo es que se mantiene largo el camino del medio y cómo sigue sobreviviendo dentro de su simpleza, que el cine esté hecho para sentir y esta breve historia espera cumplir la misma función.
Hacer cine en cualquier parte del mundo es complicado. Llevar a la pantalla una historia, cualquiera que fuese, es una tarea ardua, donde muchos esfuerzos se unen para traernos un producto que ha llevado muchos impases para ver la luz y aun así espera temeroso que guste de alguna manera o siquiera sea signo de devoción de los críticos más duros que existen dentro de este mundo. Lamentablemente este paisaje es mucho más desolador en un país como el Perú, cargado de tantas heridas y problemas sociales: la cultura o el arte, nunca son y no podrán ser prioridad.
Podríamos culpar al Gobierno, a la clase dominante e incluso a la gente misma, pero eso no soluciona nada y es que, con tantas cicatrices, una opinión que solo rebusque más en esta misma herida, solo la hará sangrar. Es así que ser cineasta en un país como este, es honorable, y poder contar historias mediante medios visuales es casi un acto de rebeldía en una sociedad tan cuadrada como esta, como dice Hans Matos, uno de nuestros capitanes para esta travesía. Hay que mantenerse intrépido dentro de todo el proceso, esto nos funcionara como fuente de inspiración y como él mismo logra aflorar, nos mantendrá relajados y frescos: es así como su lenguaje se percibe, este lenguaje no solo es propio de él, sino que también han saltado a sus películas y, como si de un hijo se tratase, son una copia fiel de sí mismo, dejando una obra tan única con un mensaje tan potente pero irónicamente con narrativas tan simples, que casi se podría describir como un milagro grabado, construyendo su propio lenguaje.
Yaela Gottlieb, en cambio, nos puede contar una historia propia, capaz de llevarte al lado de sus protagonistas con un mensaje igual de potente como personal, su visión nos acerca a los personajes que ella misma intenta describir, logrando así darnos un mensaje potente sobre lo que ella misma quiere explicar. Todo esto podría considerarse una obra visual a la vasta belleza de la región, todas estas tramas ambientadas en un pintoresco pueblo montañoso, tejen historias entrelazadas de personajes locales que buscan el significado de una vida mejor en un paisaje impresionante y tradiciones arraigadas. En ese sentido, Hans Matos es un apasionado defensor del cine regional y su obra no solo destaca por una estética visual impecable, sino también por su compromiso con la autenticidad cultural.
Más desenfadado, Jano Burmester puede construir su propio idioma. Y es que en el cine estos 3 autores han dedicado su carrera a capturar la esencia misma de su tierra natal en cada fotograma.
La travesía cinematográfica no solo se limita a la pantalla grande antes de la proyección. El público tiene la oportunidad de sumergirse en un mundo de exposiciones que muestran el proceso creativo, detrás de cámaras, bocetos de vestuario y testimonios del elenco que de una forma ilustran la colaboración y el sentido de comunidad que impulsan estas producciones. A lo largo de todas las entrevistas hemos podido apreciar que cada uno de ellos maneja un lenguaje propio y que, de alguna manera, plasman esta personalidad dentro de cada obra. Todo funciona como un testamento al poder del cine, todo esto reúne comunidades, preserva historias locales y ofrece una ventana al alma de cada región. En cada nota musical se revela la magia de un cine que no solamente entretiene, sino que también conecta profundamente con la identidad y decencia de un lugar, todo este viaje cinematográfico deja una impresión duradera, recordarnos la importancia de valorar y apoyar la expresión artística.
A lo largo de toda esta travesía uno entiende que las perspectivas cambian y que no solo son percepciones, sino que también configuran cosmovisiones distintas en cada piso social en el que ellos se desenvuelven. Esto logra que de alguna manera cada historia rompa los paradigmas planteados y que seamos conscientes de todas las limitaciones que un artista tiene que sortear en este país. Cada uno de ellos nos hace creer en un proceso íntimo en donde pueden dejar parte de su alma, dan todo de sí y dejan la esencia que se complementa en la técnica, los versos se componen dentro de cada fotograma brindado y mediante todo su arte nos hacen sentir su dolor, vida y obra. Todos sabemos que la movida cultural se mantendrá, pero jamás se repetirá, y es que el trabajo personal realizado será irrepetible, no solo las experiencias serán mostradas, sino que la vida como tal podrá ser contada en forma de una película.
Atravesando las tres historias, podríamos rescatar que el cine en el Perú no es solo un acto de un ser intrépido y muy curioso, sino que significa renunciar a muchos estilos de vida pomposos del mundo. Ser cineasta en el Perú es acaso un deber histórico en donde todos convergemos con la gran analogía que tres de ellos pudieron citar en palabras distintas y parecidas. Hacer cine en el Perú es, a pesar de todo, una forma de vida, donde más allá de un oficio, es una vocación. ¡Viva el cine peruano y que viva lo suficiente!
(*) Producto del curso de Periodismo Interpretativo de Estudiantes del IV Semestre de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Nacional del Centro del Perú.