Por:
Joanna Angeline Palomino Condor(*)
La vida de Oscar Cóndor Rivera duró solo 47 años. Nacido el 16 de marzo de 1960 en Cerro de Pasco, encontró su trágico final en Huánuco, luego de descubrir una mina que prometía riquezas inimaginables. Selló su destino con la crueldad de dos disparos en el pecho. Una misteriosa partida en el túnel de la injusticia.
“Era muy amable desde pequeño; éramos muy unidos gracias a él, pero también éramos muchos para una familia modesta”, mencionó Betzabé, una de sus ocho hermanas, con quién tenía cercanía. Su educación primaria la concluyó en Cerro de Pasco, lejos de su familia, debido a la necesidad de equilibrar los recursos para que todos pudieran recibir una educación digna. Ya en la secundaria, al ingresar al Colegio Politécnico de Huancayo, adolescente, se desvió un poco y se dejó llevar por malas influencias.
Su propia madre narró detalles de un episodio turbulento de esa época. “Recibí una llamada del colegio; me dijeron que se escapó con sus amigos durante el horario de clases”, confesó con voz serena. “Fui hasta allí y, después de conversaciones serias con el director, decidí que era necesario aplicar una medida más fuerte. En la formación, lo castigué frente a toda la escuela; fue un momento difícil, pero creo que ayudó a redirigirlo hacia un camino más positivo”. Así, el joven que alguna vez se dejó llevar por las travesuras de la adolescencia, con el tiempo, se convirtió en un modelo a seguir para sus hermanos menores, demostrando que los tropiezos pueden transformarse en oportunidades.
Pronto asumió con mayor responsabilidad su papel de hermano mayor. “Mi hermano, a pesar de ser amable y risueño, llevaba consigo las preocupaciones propias de alguien consciente de las dificultades familiares y siempre encontraba maneras creativas de aliviar la carga emocional”, recordó y muestra una fotografía de Oscar, sonriendo en un día soleado.
A Oscar siempre le inquietaba el bienestar de su familia y por eso trazó una destacada carrera como geólogo, de tal forma que siempre ocupó roles de liderazgo en importantes empresas mineras como Minera Buenaventura de Raura, Huanzalá, Santa Luisa y su último empleo, Mineral Ramos, donde se interesó en fundar su propia empresa: Fox Creek.
Incentivado por la ambición de tener sus propias explotaciones mineras y un futuro estable para su familia, avivaron las llamas de su ambición. Y un día soleado en Huánuco, después de días de estudiar un terreno alejado, Oscar Cóndor hizo un descubrimiento que cambiaría el rumbo de su vida: halló una veta de oro.
La emoción y la esperanza brillaban en sus ojos mientras viajaba hacia Huancayo para compartir la noticia con su amada familia. Ese día quedó grabado en sus recuerdos como un atardecer lleno de esperanza. Las paredes de la modesta casa vibraban con la buena nueva, pero sería el último día que lo vieron con vida. El 19 de abril de 2007, después de despedirse con un abrazo, Oscar regresó a Huánuco junto a su socio, ansiosos por el futuro prometedor. Sin embargo, en la oscuridad de la carretera, dos sujetos sin rostro descendieron de una camioneta. Se dirigieron directamente hacia Oscar y destruyeron los sueños de la familia Cóndor Rivera de dos disparos que resonaron en la noche. Los asesinos se esfumaron en la oscuridad de la noche, mientras la noticia de la tragedia se expandía hasta llegar a su familia.
Al día siguiente, no obstante, los medios locales de Huánuco informaron de un “accidente en la carretera”, ocultando la verdadera naturaleza de lo sucedido. La familia, con el corazón roto y temerosa de represalias, optó por el silencio. No se presentaron denuncias y el suceso quedó sepultado en el olvido mediático. La impunidad se extendía como una manta oscura, y las mafias que operaban en las sombras continuaban su reinado sin ser molestadas. La trágica noticia no solo dejó un dolor inconsolable en su familia, sino que también arrojó luz sobre una oscura realidad que acecha la industria minera: la presencia de la minería ilegal y las mafias que buscan apoderarse de las minas a cualquier costo.
Hoy, 15 años después, en cada rincón de su hogar, su ausencia se siente como un eco constante de lo que pudo haber sido. Y aunque la mina de oro quedó olvidada con el tiempo, la familia Cóndor Rivera lleva consigo el peso de un sueño truncado y la carga de una justicia que quizá no llegue nunca.
(*) Producto del curso de Periodismo Interpretativo de Estudiantes del IV Semestre de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Nacional del Centro del Perú.